Darío, de 22 años, llegó a Bélgica desde Brasil en 2005, siendo aun adolescente. "Al comienzo fue difícil. No hablar el idioma me impidió hacer ciertos trabajos, y también estaba el riesgo de enfermarme, porque no tenía ni tengo seguro de salud", relató.
Afortunadamente, dijo Darío (nombre ficticio) a IPS, la gran comunidad brasileña en Bruselas lo recibió con los brazos abiertos.
"Por supuesto que uno también sufre la explotación financiera y moral de ciertas personas que se aprovechan, pero yo no me quejo. La vida es una secuencia de experiencias buenas y malas; es parte del riesgo que asumo para mejorar mi vida", agregó.
"Por supuesto que uno también sufre la explotación financiera y moral de ciertas personas que se aprovechan, pero yo no me quejo. La vida es una secuencia de experiencias buenas y malas; es parte del riesgo que asumo para mejorar mi vida", agregó.
Los niños invisibles de Europa
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